La vida de Andrés y Clara se desarrollaba en el campo, en un pueblito olvidado como hay muchos en nuestro país.
Era una tarde apacible, todo estaba tranquilo, los labriegos volvían a sus hogares, después de un día rudo y cansador, El cielo estaba arrebolado, el ambiente se notaba tibio, los pájaros comenzaban a arremolinarse en torno a los árboles, con bullicio, como avisando que la tarde va a caer.
La casa del matrimonio era de adobe, con dos piezas y un cuarto al final del corredor que servía de cocina, un baño de cajón y en el corredor ropa tendida y leña seca para la hornilla.
Todas las tardes Clara iba a la huerta a recoger las frutas y verduras que ella misma cultivaba, ya que Andrés no estaba durante el día.
Detrás de Clara venían los patos y gallinas picoteando su falda, pidiendo su comida. Todo era un alboroto de aves y animales de regreso a casa.
La pobre Clara era flaca, esmirriada, pero hacendosa y tenía unos ojazos pardos, pelo largo y un hablar suave y cariñoso.
A estas alturas era madre de dos chiquillos que cuidaba con esmero. La leche por ningún motivo podía faltar y las comidas las preparaba con mucho amor para esperar a su Andrés.
Andrés, en cambio, era un tipo raro, hosco; no era de esos padres que llegan a casa, toman sus hijos en brazos, juegan con ellos, los acarician mientras comen o les enseñan palabras nuevas. No era ese su perfil.
Seguramente porque Andrés tampoco gozó del cariño de sus padres. Se casó con Clara él solo, no lo acompañó ni su madre; tampoco se alegraron porque su hijo al fin sentaría cabeza… era un tiro al aire, desorientado, sin saber como caminar por la vida, a pesar de ser mayor que Clara. No tenía idea de sentarse a almorzar cada día en familia, ni como saludar, ni como interesarse por el otro.
Era desconfiado en grado sumo, no podía creer que alguien pudiera amarlo, desconfiaba de quien le hiciera un favor, “ya que tenía que haber un interés por medio”
Nunca estaba conforme con su suerte, ni con los días luminosos ni con los nublados, ni con la lluvia milagrosa.
Hay que decir también que Andrés no era mezquino, todo lo daba para su familia y ese gesto llevaba a Clara a justificarlo siempre… aunque se estaba tornando desconfiada, perseguida, celosa, por no recibir jamás un halago ni un cariño.
Hasta que ocurrieron dos sucesos muy perjudiciales: al mismo tiempo, Clara enfermó de tanto trabajar y la madre de Andrés también enfermó gravemente, en otra ciudad; no pudo verla, no supo nada, el dolor fue atroz. Con su mujer enferma ¿Quién cuidaría de los niños? ¿Quién lo esperaría por las tardes? Y con respecto a su madre… ¿Cómo viviría ahora sin contar con ese puente, con ese cordón que era casi lo único que adoraba de verdad?
Andrés entró en depresión, debió pedir ayuda a la medicina, a sus pocos amigos y familiares y tuvo que bajar la cabeza… fuera su prepotencia y soberbia y clamó mil veces a Dios y a los santos para calmar la angustia y el dolor de su alma.
Pasado el tiempo Clara mejoró y Andrés… hoy… es un agradecido de la vida y de la familia que le tocó. Se transformó en otro hombre, gracias al tiempo de adversidad cambió su esquema de vida. Es un hombre feliz que da y recibe cariño con su familia.