martes, junio 06, 2006

No puedo dejar mi vicio

Preguntamos a Chocho el Viejo si fue fumador esperando una seca respuesta: “Nunca he sido un vicioso” y nos llevamos la sorpresa.
“Desde los 13 años hasta los sesenta y si quieres que te cuente toda la historia tendrás que armarte de paciencia, son 47 años envueltos en la discutible delicia del humo y el vergonzoso conocimiento de ser esclavo, si esclavo de un mal hábito que nos domina porque el veneno se ha metido en cada una de nuestras células”
Nos pregunta Chocho si los Chocherinos tendrán paciencia para él contar toda la historia y como nos parece así y esperamos la sumatoria de que alguien encuentre una ayuda en su propio empeño por abandonar al tabaco. Escuchamos.
“1935, Nuestro compañero de curso, Enrique Scarella que vivía todo el año de estudio con sus tíos, propietarios de un gran almacén en una esquina cercana a la plaza Yungay, la renombrada plaza del Roto Chileno, sustraía paquetes de cigarrillos, en esa época los atados eran de diez cigarrillos. Entre los de uso popular, precio económico, resaltaba la marca Polo y paquetes de ellos estaban siempre dispuestos a meterse en los bolsillo de Scarella, quien los repartía a destajo a la salida de clases y la avenida Portales lucía un buen número de mocosos echando humo por boca y nariz. Recuerdo que para mi fumar era parecerme a mi padre, me ahogaba y tosía pero tenía que aprender y hacer como mi modelo. Y aprendí. ¡A mi con cosas!”
“La práctica de deportes me hizo sospechar que el tabaco no era conveniente, en esos años fumar era bien mirado, un complemento elegante de las reuniones sociales, pero solamente los hombres. Era absolutamente impensable ¡Una mujer hedionda a tabaco!
“Al sospechar que mi hábito podía perjudicarme decidí no fumar más y me encontré con la sorpresa grande y desagradable que no podía. Tenía que fumar, estaba obligado a fumar y a los veinte años ya supe que estaba dominado por un vicio, los intentos fracasados por vencerlo, varios cada año, me llevaron que, a los treinta encendiera un cigarrillo y me sentara a estudiar con toda seriedad mi problema, ya por esos años se leía algunas tímidas advertencias acerca de la nicotina. Un repaso de todos los sistemas aprendidos, practicados y perdidos me permitieron concluir en que yo solo no era capaz y necesitaba ayuda. ¿Pero como y quien? Por supuesto que tenía quien: mi ángel de la guarda. Y empecé a pedirle mañana, tarde y noche Ángel de mi Guarda ayúdame a dejar el cigarrillo, yo solo no puedo. La petición hecha por años y con absoluta confianza en que iba a ser escuchado resultó.
1982. Marzo o abril. Miro la cajetilla abierta sobre el escritorio, no tengo deseos de fumar, no recuerdo haber fumado durante el día. Meto la mano en el bolsillo de mi chaqueta y ahí está la cajetilla que porto conmigo, estoy seguro de no haber fumado durante ese día, ¿pero ayer? y anteayer, parece que tampoco. Voy al mejor vehículo del mundo, mi citroneta porque en la guantera manejo una cajetilla que también está abierta y con algunos cigarrillos menos y tampoco recuerdo haberla tenido en mis manos estos últimos días. Dejé todo mi arsenal de tabaco tal como acostumbraba y así estuvo por un mes, no volví tener la exigencia de fumar y fue arrojado a la basura. A veces jugaba unos partidos de cartas con un matrimonio fumador. La condición de fumador pasivo me desagradó y abandoné la entretención
¡Ángel de la Guarda, sígueme ayudando que yo solo no puedo”
Chocho el Viejo
Rancagua