martes, junio 06, 2006

La Tormenta

Corría el año 1910, era un 20 de agosto, pleno invierno. El viento presagiaba una tormenta, el viento soplaba sin control, era como si todas las almas en pena pidiesen justicia, muy en especial un alma que había sido asesinada hace treinta años.
Justo en esa fecha fue asesinado por la crueldad de una mente enfermiza, la del patrón de la hacienda Los Perales, por el solo placer de separar a su hija de un peón de la hacienda.
Manuel se había enamorado de Isidora siendo muy niño. Isidora era una joven muy hermosa de cuerpo y espíritu. Ellos se amaban con un amor puro y sublime, que Dios al mirarlo desde el cielo sonreía bendiciéndolo
Pero don Francisco, padre de ella, no iba a permitir la unión de ellos, porque él deseaba casa a su hija con el hijo del dueño del fundo vecino. Don Francisco se enteró por un intrigante peón, que sentía envidia del amor de ambos, que Manuel e Isidora iban a escapar juntos, lo que puso al pare de la niña como enajenado mental y planeó la separación de los enamorados.
Don Francisco invitó a Manuel a recorrer el fundo, y en un lugar del campo, que él ya tenía señalado , apuñaló a Manuel sin piedad una y otra vez, sin darse cuenta que la primera puñalada le atravesó el corazón y con toda la frialdad de su sangre lo enterró allí mismo.
La luna asustada se escondía tras las negras nubes, siendo única testigo de aquel brutal asesinato.. Las negras nubes presagiaban tormenta, pero aquella noche no la hubo, solo quedó como muda testigo de aquella tumba improvisada.
El patrón se fue a sus aposentos a dormir con toda tranquilidad. Al día siguiente la ausencia de Manuel fue justificada ante Isidora mintiéndole que su amado había marchado junto a una joven que trabajaba cerca del fundo. Ella sufrió el tormento de creer que su amor la había abandonado por otra mujer. Fue como si un fierro candente le hubiese atravesado el alma y el corazón, lágrimas amargas corrían por sus mejillas dejando surcos de tanto llorar.
Pasaron treinta años de aquella noche de invierno, y en aquel nuevo 20 de agosto, se desató la gran tormenta de las almas en pena.
Cuando Manuel vivía le tiraba una pieda a su ventana y ella corría a encontrarse con él, y esta vez llevada por un presentimiento de algo insólito y mágico ella se acercó a la ventana, justo en ese momento, una piedra golpea su ventana, un frío estremecimiento recorrió todo su cuerpo, pero sin pensarlo corrió hasta el jardín a encontrarse con su amado. Grande fue su estupor al ver a Manuel frente a ella, él extendió su mano para que ella no fuese a caer, y con voz de ultratumba y con un gran dolor de amargura le habló a Isidora diciéndole: “Por favor hazme justicia, no puedo descansar en paz, desentiérrame de donde
estoy y dame santa sepultura” Y le dio las indicaciones de donde se encontraba para que su amada lo desenterrara. Yo fui asesinado por tu padre porque nuestro amor era para él una ofensa.
Con toda entereza y valentía Isidora se dirigió al lugar donde le había indicado Manuel y cumplió todo lo que su amado le había pedido, ella nunca quiso casarse por si algún día regresaba su amado Manuel.
Movida por una mezcla de sentimientos: alegría por saber po saber que su amor no la había aandonado, tristeza por haberlo perdido en esa forma y odio hacia don Francisco, fue a enfrentar a su padre y le dijo: “Lo se todo tu mtaste a Manuel y tu castigo será quedarte solo para siempre, porque yo me voy a un convento por el resto de mi vida” Para don Francisco era un tormento estar solo e Isidora lo sabía muy bien, por eso tomó la decisión.
La tormenta amainó y un nuevo amanecer dio a aquel pueblo un día resplandeciente, quedó un triste hombre muy solo, una hacienda con unos jardines secos y una ventana abierta con la imagen de una joven tras la ventana esperando a su amado.

Lucila del Valle - Rancagua