El Árbol”. Autora Agustina
Cuando niña vivía en un pequeño pueblo del sur.
En mi casa había un gran árbol, en el centro del patio.
Era un coigüe, muy bello; Con el viento adquiría formas armoniosas. Sus largas ramas de hojas pequeñas brillaban con el esquivo sol.
Yo adoraba ese árbol, bajo su sombra descansaba, estudiaba y soñaba con aventuras románticas.
Siempre estaba lleno de pájaros que cantaban todo el día, jilgueros, tordos; y sobretodo las tencas que tienen un canto perfecto.
Mi colegio quedaba muy lejos del pueblo, por lo tanto estaba ausente casi todo el día, de la casa,
Un día durante mi ausencia, mi padre hizo cortar el árbol.
Imagínense mi dolor, cuando al regresar, sólo vi un tronco cortado hasta la mitad.Lloré, grité hasta cansarme. En vano mis padres trataron de consolarme, me explicaron que estaba amenazando la casa, lo habían comprobado en el último temporal. Me prometieron esto y lo otro, pero yo sólo les gritaba: arboricidas, arboricidas, los odio.
Lo más terrible sucedió al atardecer, cuando los pájaros regresaron a sus nidos y no los encontraron. Daban vueltas y vueltas, movían sus alas con fuerza y sus cantos parecían gritos de dolor,
Hasta muy tarde en la noche, sentía su aletear junto a mi ventana, como acompañándome en mi tristeza.
Han pasado muchos años y cuando viajo al sur, contemplo los coigües y surge vívido este recuerdo de mi niñez.
En mi casa había un gran árbol, en el centro del patio.
Era un coigüe, muy bello; Con el viento adquiría formas armoniosas. Sus largas ramas de hojas pequeñas brillaban con el esquivo sol.
Yo adoraba ese árbol, bajo su sombra descansaba, estudiaba y soñaba con aventuras románticas.
Siempre estaba lleno de pájaros que cantaban todo el día, jilgueros, tordos; y sobretodo las tencas que tienen un canto perfecto.
Mi colegio quedaba muy lejos del pueblo, por lo tanto estaba ausente casi todo el día, de la casa,
Un día durante mi ausencia, mi padre hizo cortar el árbol.
Imagínense mi dolor, cuando al regresar, sólo vi un tronco cortado hasta la mitad.Lloré, grité hasta cansarme. En vano mis padres trataron de consolarme, me explicaron que estaba amenazando la casa, lo habían comprobado en el último temporal. Me prometieron esto y lo otro, pero yo sólo les gritaba: arboricidas, arboricidas, los odio.
Lo más terrible sucedió al atardecer, cuando los pájaros regresaron a sus nidos y no los encontraron. Daban vueltas y vueltas, movían sus alas con fuerza y sus cantos parecían gritos de dolor,
Hasta muy tarde en la noche, sentía su aletear junto a mi ventana, como acompañándome en mi tristeza.
Han pasado muchos años y cuando viajo al sur, contemplo los coigües y surge vívido este recuerdo de mi niñez.
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