El hijo adoptivo. Autora Cardelina de los Ángeles.
Viajando desde Santiago a Rancagua tuve como compañera de viaje a una señora muy alegre y simpática. Entablamos conversación de inmediato, intercambiamos nombres, Le conté que escribía poesías y relatos. Preguntó ¿Le puedo contar algo? A lo mejor usted puede escribirlo. ¡Claro que si! Cuénteme no más.
Comenzó así: Vengo a Rancagua a visitar una hija, vivo en Santiago pero no siempre viví en la ciudad. Residíamos con mi esposo y los hijos en un predio que teníamos en el sur. Mi esposo falleció, mis hijos se vinieron a estudiar a Santiago, aquí teníamos familiares, luego se casaron y formaron sus hogares.
La estoy aburriendo? Preguntó. ¡Nada de eso! Siga no más, le contesté. Y la señora continuó: Cuando vivíamos en el campo criábamos de todo, cerdos, conejos y muchas aves. Teníamos un perro muy lindo de raza indefinida, era un fiero guardián.
Un día una gallina puso un huevo en la casucha del perro, mi esposo dijo: quítalo porque el perro puede aprender a comerlos. Lo saqué pero al otro día volvió a poner la gallina. Lo sacaba todos los días hasta cuando me percaté que la gallina se había echado en la casucha con dos huevos. El perro no se molestaba, todo lo contrario, se acostaba a un lado para no molestar a la gallina. Yo la saqué con sus dos huevos y la puse en un nido en el gallinero, como había dormido dos noches sobre ellos no le puse otros. No quiso quedarse en el gallinero, salió corriendo a echarse en la casucha del perro, tomé los dos huevos y los puse debajo de ella. Salía a comer pero se quedó echada los 21 días que es el tiempo para que nazcan los pollitos. Nacieron dos, el perro seguía sin molestarse; la gallina sacaba en el día a sus pollitos a comer pero en la noche dormían con el perro.
La señora a veces se ponía un poco triste, creo que añoraba esa vida en el campo. Sonrió y continuó contándome. Los pollitos crecieron, la gallina volvió al gallinero en busca de marido. Había nacido un pollito y una pollita, ésta bastante crecidita, siguió a su madre y el pollito que ya no era tal, era un bonito adolescente, se quedó con el perro. En verano el gallo dormía arriba de la casa del perro y en invierno los dos dentro de la casucha. El pollito se había convertido en una ave de hermoso plumaje, muy gallardo y elegante. El perro y el gallo andaban todo el día juntos, jugaban de igual a igual, el gallo picoteaba al perro y huía, el perro lo perseguía y nunca lo alcanzaba porque el gallo se subía a un árbol y así estaban todo el día, al anochecer se iban los dos a dormir. Un día notamos enfermo al perro. Por allá no había veterinarios, llamamos a un señor que sabía algo de animales, le dejó unos remedios que se los hicimos tomar pero no mejoró. Mi esposo decía que podía ser la vejez porque el perro tenía ya bastantes años; había días que no salía de su casucha, el gallo tampoco lo hacía, se echaba al lado de la comida del perro y le cloqueaba para que saliera a comer, él picoteaba en la fuente del perro y tomaba agua sin moverse de su lado.
Un mañana el perro amaneció muerto, daba pena ver al gallito, lo picoteaba despacito como lo hacía cuando lo despertaba para que fueran a jugar. Mi esposo enterró al perro bajo una higuera, el gallito miraba desde lejos, no durmió más en la casucha, se fue a dormir arriba de la higuera. Yo le llevaba alimento y agua, él no se movía de ese lugar.Una semana más tarde lo encontramos muerto sobre la sepultura del perro, su corazoncito de ave no pudo soportar vivir sin la compañía de su padre adoptivo.
Comenzó así: Vengo a Rancagua a visitar una hija, vivo en Santiago pero no siempre viví en la ciudad. Residíamos con mi esposo y los hijos en un predio que teníamos en el sur. Mi esposo falleció, mis hijos se vinieron a estudiar a Santiago, aquí teníamos familiares, luego se casaron y formaron sus hogares.
La estoy aburriendo? Preguntó. ¡Nada de eso! Siga no más, le contesté. Y la señora continuó: Cuando vivíamos en el campo criábamos de todo, cerdos, conejos y muchas aves. Teníamos un perro muy lindo de raza indefinida, era un fiero guardián.
Un día una gallina puso un huevo en la casucha del perro, mi esposo dijo: quítalo porque el perro puede aprender a comerlos. Lo saqué pero al otro día volvió a poner la gallina. Lo sacaba todos los días hasta cuando me percaté que la gallina se había echado en la casucha con dos huevos. El perro no se molestaba, todo lo contrario, se acostaba a un lado para no molestar a la gallina. Yo la saqué con sus dos huevos y la puse en un nido en el gallinero, como había dormido dos noches sobre ellos no le puse otros. No quiso quedarse en el gallinero, salió corriendo a echarse en la casucha del perro, tomé los dos huevos y los puse debajo de ella. Salía a comer pero se quedó echada los 21 días que es el tiempo para que nazcan los pollitos. Nacieron dos, el perro seguía sin molestarse; la gallina sacaba en el día a sus pollitos a comer pero en la noche dormían con el perro.
La señora a veces se ponía un poco triste, creo que añoraba esa vida en el campo. Sonrió y continuó contándome. Los pollitos crecieron, la gallina volvió al gallinero en busca de marido. Había nacido un pollito y una pollita, ésta bastante crecidita, siguió a su madre y el pollito que ya no era tal, era un bonito adolescente, se quedó con el perro. En verano el gallo dormía arriba de la casa del perro y en invierno los dos dentro de la casucha. El pollito se había convertido en una ave de hermoso plumaje, muy gallardo y elegante. El perro y el gallo andaban todo el día juntos, jugaban de igual a igual, el gallo picoteaba al perro y huía, el perro lo perseguía y nunca lo alcanzaba porque el gallo se subía a un árbol y así estaban todo el día, al anochecer se iban los dos a dormir. Un día notamos enfermo al perro. Por allá no había veterinarios, llamamos a un señor que sabía algo de animales, le dejó unos remedios que se los hicimos tomar pero no mejoró. Mi esposo decía que podía ser la vejez porque el perro tenía ya bastantes años; había días que no salía de su casucha, el gallo tampoco lo hacía, se echaba al lado de la comida del perro y le cloqueaba para que saliera a comer, él picoteaba en la fuente del perro y tomaba agua sin moverse de su lado.
Un mañana el perro amaneció muerto, daba pena ver al gallito, lo picoteaba despacito como lo hacía cuando lo despertaba para que fueran a jugar. Mi esposo enterró al perro bajo una higuera, el gallito miraba desde lejos, no durmió más en la casucha, se fue a dormir arriba de la higuera. Yo le llevaba alimento y agua, él no se movía de ese lugar.Una semana más tarde lo encontramos muerto sobre la sepultura del perro, su corazoncito de ave no pudo soportar vivir sin la compañía de su padre adoptivo.
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