El organismo nos habla, pero sin palabras.
Relata Eliana: En la primera semana de diciembre me comenzó un dolor de cabeza distinto a los que ocasionalmente me aquejan, no puedo describir en que consistía la diferencia salvo que tenía agregado un componente de miedo, de temor a algo desconocido y pedí que llamaran al servicio que atiende mis urgencias de salud.
Éstos, finalizado el examen me informan que debo ser hospitalizada de inmediato y me proponen alternativas, elijo el Servicio Nacional de Salud y me llevan a la Posta Central de donde me derivan al Instituto de Neurocirugía. Ellos programan una operación para seis horas más y me informan “Este tranquila, sólo se trata de sacar un coágulo y como estamos a tiempo todo va a andar muy bien” Cuatro días de hospitalización y a convalecer veinte días donde mi sobrina Luz. Autorización para regresar al Hogar con algunas instrucciones muy precisas cuyo estricto cumplimiento evitará volver a las andadas.
Me reciben la mayoría de las habitantes del Hogar, somos una cincuentena. Con emoción me cuentan: “Desde que te llevó la ambulancia hemos hecho cadenas de oración en la mañana y en la tarde. Dios nos escuchó y te tenemos de vuelta.”
Si, gracias a Dios, gracias a mis amigas que lo invocaron, gracias a mis hijos, a mi familia, a la Posta Central, al Instituto de Neurocirugía y a Fonasa que alivió una carga que pudo ser muy pesada.
Éstos, finalizado el examen me informan que debo ser hospitalizada de inmediato y me proponen alternativas, elijo el Servicio Nacional de Salud y me llevan a la Posta Central de donde me derivan al Instituto de Neurocirugía. Ellos programan una operación para seis horas más y me informan “Este tranquila, sólo se trata de sacar un coágulo y como estamos a tiempo todo va a andar muy bien” Cuatro días de hospitalización y a convalecer veinte días donde mi sobrina Luz. Autorización para regresar al Hogar con algunas instrucciones muy precisas cuyo estricto cumplimiento evitará volver a las andadas.
Me reciben la mayoría de las habitantes del Hogar, somos una cincuentena. Con emoción me cuentan: “Desde que te llevó la ambulancia hemos hecho cadenas de oración en la mañana y en la tarde. Dios nos escuchó y te tenemos de vuelta.”
Si, gracias a Dios, gracias a mis amigas que lo invocaron, gracias a mis hijos, a mi familia, a la Posta Central, al Instituto de Neurocirugía y a Fonasa que alivió una carga que pudo ser muy pesada.
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