martes, enero 03, 2006

Toby: Su primera enfermedad.

Para relatar la primera enfermedad de Toby es necesario mostrar cual es el hábitat, mundo o universo de estos tres animales, ina, torrante y el personaje central. Es un patio de treinta metros cuadrados, no medidos con huincha decimetrada y centimetrada sino con pasos largos, seis para allá y cinco para acá. Propietarios del patiecito: Una higuera, dos naranjos, un laurel, un caqui y un níspero. Ninguno de ellos recibe las caricias químicas de anti nada y solamente los naranjos uno o dos lavados al año con agua jabonosa para esa cosa negra que afecta a los cítricos. Tampoco estos propietarios reciben la visita de entendidos podadores embellecedores de árboles; eso por ningún motivo. Así, estos árboles son un infra-mini bosquecillo frondoso en todas las épocas del año. En una oportunidad sostuvieron una asamblea y acordaron, con la solitaria y decidida oposición de la higuera que invocaba el artículo 13 de los derechos del árbol: “No recibir detritos de volátiles” Acordaron, repito, convertirse en edificios de departamentos para gorriones. Realizar un censo es obra de romanos pero estoy muy seguro que son más de veinte y pueden, fácilmente, ser doscientos. Paciencia, ya voy a llegar a Toby, los gorriones merecen un aparte. Se retiran al anochecer; entusiastas conversadores hablan alto y claro. Nunca he conseguido entender que dicen pero sospecho que a veces comentan del humano que los acoge. Y pienso, si yo fuera gorrión lo haría, que al amanecer sus entusiastas conversaciones incluyen un recuento censal: ¿Habrá alguno de ellos servido de alimento a un temido bonito gatito malo? ¿Los habrá visitado un búho? Falta agregar que en el concepto de vida gorriónico vale la independencia y terminada la sonora y melodiosa cantata matinal cada uno por su lado a buscar desayuno.
Pasado algunos años descubrió ese grupo de edificios de departamentos una bandada de mirlos, se ubicaron en la acacia del vecino y desde allí comenzaron las negociaciones con los gorriones y ellas dieron como resultado que los antiguos propietarios cedieran el edificio laurel. No sabemos que cantidades de dinero hubo de emplearse en la transacción. Los mirlos son totalmente distintos a los gorriones, tienen un jefe, no sabemos si su elección es o no binominal, y adonde va el jefe van todos y no “cada uno para su santo” como los gorriones. Si los humanos tienen peluquerías para teñirse, decolorarse, rizarse, alisarse, docilitarse, atiesarse, los mirlos deben tener, supongo, plumiquerías donde, pidiendo hora con anticipación, los pongan tan hermosamente negro brillante.
Paciencia, todavía falta para la enfermedad de Toby; no he olvidado que esa es la meta. Primero algo de ina. Es una can con aficiones porcinas y le gusta hozar y consume ácido úrico en abundancia, sin temer a reumatismos ni gotas. El único modelo de comportamiento con que cuenta Toby es ina y también hoza y traga.
Al fin llegamos. La enfermedad fue por algo que tragó y tuvo un episodio de vómitos. Se ocultaba de mi, como si estuviese avergonzado, tras unas plantas que aún resisten sus afanes ecologistas. Él tiene en sus genes acopio de sabiduría.
Se sometió a un estricto régimen hídrico durante todo el día y recién anocheciendo sus carreras, saltos y mordiscos me notificaron que se sentía bien.
Le coloqué una ración de su comida y solo consumió la mitad. Es de esperar que el hozar aprendido de la ina sea, en el futuro, sin tragar.