Despidiendo a Atila.
Se que mis lágrimas no te causarán dolor, nuestro secreto es saber que riegan la tierra de donde viniste para ser la mujer que caminaría conmigo por la vida con jubilosa alegría. Nos diste amor sin descuidar los deberes. Tuviste firmeza para enfrentar las tormentas de la existencia, de ellas la temprana partida de María Teresa que siempre vivió en nuestro recuerdo. Atila, los otros frutos, los retoños que entregaste a la vida y crecieron en tu mano generosa y correctora erguidos física y moralmente, ahora adultos mayores, continúan erguidos y cuidando de mi.
Enrique.
Enrique.
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