Aniversario
Luzbel, el ángel de las tinieblas, le dice al oído “Propone empanadas de queso, fritas” El despistado de siempre que no asimila que el Adulto Mayor depende, cada cual, de su condición y estado acata la orden y manifiesta su tentadora proposición con tal convicción y entusiasmo que es aceptada sin el menor reparo. “Después de esta vida no hay otra” Así al cóctel frío acordado para celebrar el aniversario de la “La Vejez Color Oro” se agrega por unanimidad absoluta un agente transportador de colesterol.
La asistencia muy buena, se cuentan con los dedos a los inasistentes. ¿El clima humano? Es “La Vejez Color Oro” la que celebra, todos felices de estar con todos. ¿Han observado ustedes como las mujeres hablan y escuchan simultáneamente? Y todas están seguras de haber sido escuchadas. En un mismo momento en el grupo se escuchan un par de risas, y exclamaciones disímiles: ¡Que triste! ¡Que pena! Y ¡Ojalá que le resulte! ¡Dios quiera que le vaya bien!
El cóctel constaba de lo usual en exquisiteces para comer y beber. El alcohol elegante y convenientemente medido. El pisco sour merece un aparte, exceso de limón y escasez de azúcar. Se bebía un trago, se comentaba ¡Que rico! Y el vasito quedaba olvidado sobre una mesa.
Llegó el momento esperado, las empanadas. Ricas, riquísimas, calientes como corresponde y un sabor para el recuerdo. Una copa de vino blanco elegido por un conocedor. Finalmente torta y champaña.
Y se bailó. Chocho el Viejo, de visita en Rucamabhida, se moría de ganas por entrar a la pista, desistió porque su sordera podía hacerlo dar pasos de polca cuando en el aire sonaran los compases del chachachá. Todos volvieron a sus casas con el espíritu muy alegre y algunos puntitos más de colesterol. ¿Esto último era indispensable?
La asistencia muy buena, se cuentan con los dedos a los inasistentes. ¿El clima humano? Es “La Vejez Color Oro” la que celebra, todos felices de estar con todos. ¿Han observado ustedes como las mujeres hablan y escuchan simultáneamente? Y todas están seguras de haber sido escuchadas. En un mismo momento en el grupo se escuchan un par de risas, y exclamaciones disímiles: ¡Que triste! ¡Que pena! Y ¡Ojalá que le resulte! ¡Dios quiera que le vaya bien!
El cóctel constaba de lo usual en exquisiteces para comer y beber. El alcohol elegante y convenientemente medido. El pisco sour merece un aparte, exceso de limón y escasez de azúcar. Se bebía un trago, se comentaba ¡Que rico! Y el vasito quedaba olvidado sobre una mesa.
Llegó el momento esperado, las empanadas. Ricas, riquísimas, calientes como corresponde y un sabor para el recuerdo. Una copa de vino blanco elegido por un conocedor. Finalmente torta y champaña.
Y se bailó. Chocho el Viejo, de visita en Rucamabhida, se moría de ganas por entrar a la pista, desistió porque su sordera podía hacerlo dar pasos de polca cuando en el aire sonaran los compases del chachachá. Todos volvieron a sus casas con el espíritu muy alegre y algunos puntitos más de colesterol. ¿Esto último era indispensable?
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