Toby: El primer día.
Debo limpiar algunas suciedades en la cocina y no puedo porque este perrito insiste en participar. Lo llevo al patio y lo presento a Ina, pequeña perra, quiltra, en cuyo árbol genealógico lucen su presencia los quiltros desde el comienzo de los tiempos y cuya edad es la de matusalén más ocho. La actitud de ambos animalitos de Dios fue inesperada y frustrante. Toby analizó con toda rapidez: perra, tiene tetas, mamo. Y trasladó su inagotable fuerza para producir ruidos nocturnos a procurarse unas chupaditas de su inesperada ama de leche. Reacción de la Ina: demostró su rechazo mediante una combinación de ladrido-rugido con mostradura de los sitios donde tuvo dientes y con postura sugerente de irse encima y destrozar al atrevido. Toby, dudoso, desconocedor de esas reacciones tan, pero tan insociables, optó por morderme los pantalones mientras decidía como entablar relaciones con ese otro animal de aspecto diferente, olor desconocido y, estaba por asegurar, poco grato. El gato por su lado me miraba exigiendo una explicación clara de aquella inesperada y no deseada visita.
El gato a escena. Cuando murió mi última gatita me dije: no más gatos, por ningún motivo, por ninguno, ninguno No soy especialmente aficionado a los gatos pero soy admirador de su fuerza, agilidad e indiscutible gracia de felinos. A mi fallecida gatita la observé en varias ocasiones subir al níspero, edificio de departamentos de cualquier alado que necesite habitación, y bajar con un gorrión en su boquita, abrirlo en canal y disfrutar de su caza. ¡Tan dulce ella!
Unos maullidos claramente desesperadas peticiones de auxilio. Interpreto, ¿o traduzco? o ¿intuyo? Tú eres mi única y última oportunidad de vivir. Encimado en un muro divisorio un bulto con cierto parecido gatuno, impresionante por lo flaco, huesos envueltos en forro sucio, con pelos larguísimos colgando por algún lado y carente de pelos en otras zonas. El hocico fuertemente cerrado con varios centímetros de lengua blanca sucia con marcadas estrías casi sangrantes colgando. Lo invité a bajar y le puse un pocillo de agua a la vista. Dadas sus experiencias con la especie viviente racional no iba a confiar de buenas a primeras en uno de ellos y se produjo una paradoja, me pedía auxilio y no lo aceptaba. Buscando una solución opté por colocar el agua y otro pocillo con alimento para perros, no disponía de uno para gatos, sobre el techo de un galpón y me alejé, me retiré del lugar,
Volví horas después y había bebido y comido moderadamente, estaba echado a algunos metros del lugar de su último, inesperado y, dudoso festín. Para que los canso. Me costó varios días conseguir que me permitiera acercarme a cerca de un metro de él. Cuando me permitió que le tocara la cabeza, solamente una vez y se retiró, ambos sentimos que comenzaba una amistad. Le dediqué un apelativo: “atorrante”. Evelyn lo desposeyó de la “A” y ahora es “torrante”.
El gato a escena. Cuando murió mi última gatita me dije: no más gatos, por ningún motivo, por ninguno, ninguno No soy especialmente aficionado a los gatos pero soy admirador de su fuerza, agilidad e indiscutible gracia de felinos. A mi fallecida gatita la observé en varias ocasiones subir al níspero, edificio de departamentos de cualquier alado que necesite habitación, y bajar con un gorrión en su boquita, abrirlo en canal y disfrutar de su caza. ¡Tan dulce ella!
Unos maullidos claramente desesperadas peticiones de auxilio. Interpreto, ¿o traduzco? o ¿intuyo? Tú eres mi única y última oportunidad de vivir. Encimado en un muro divisorio un bulto con cierto parecido gatuno, impresionante por lo flaco, huesos envueltos en forro sucio, con pelos larguísimos colgando por algún lado y carente de pelos en otras zonas. El hocico fuertemente cerrado con varios centímetros de lengua blanca sucia con marcadas estrías casi sangrantes colgando. Lo invité a bajar y le puse un pocillo de agua a la vista. Dadas sus experiencias con la especie viviente racional no iba a confiar de buenas a primeras en uno de ellos y se produjo una paradoja, me pedía auxilio y no lo aceptaba. Buscando una solución opté por colocar el agua y otro pocillo con alimento para perros, no disponía de uno para gatos, sobre el techo de un galpón y me alejé, me retiré del lugar,
Volví horas después y había bebido y comido moderadamente, estaba echado a algunos metros del lugar de su último, inesperado y, dudoso festín. Para que los canso. Me costó varios días conseguir que me permitiera acercarme a cerca de un metro de él. Cuando me permitió que le tocara la cabeza, solamente una vez y se retiró, ambos sentimos que comenzaba una amistad. Le dediqué un apelativo: “atorrante”. Evelyn lo desposeyó de la “A” y ahora es “torrante”.
No lo llevé a veterinario. Consulté con uno que me indicó antiparasitarios intestinales. En los siete u ocho meses que llevamos juntos sigue flaco, casi esquelético y con gustos y exigencias bien definidas en su alimentación. Acepta una sola marca de pelets [así los mentan, así lo escribo] y, será mi suerte, le gustan los más caros. La vida es injusta. Y los gatos también. Vuelta a Toby, esta historia es de él. La inserción de torrante era necesaria porque entre ellos ha comenzado una relación confianza-desconfianza, amistad-enemistad digna de observar. Y torrante e ina ya saben que Toby es intocable. Se los hice notar y se los reafirmo cuando es necesario. El pequeño bulto, redondo y peludo, movedizo e imprevisible se dio cuenta e insiste en mamar de la perra o, por lo menos, morderle las patas. Y oler profunda y cuidadosamente a torrante ¿de donde sacarán ese olor estos animales que sin duda no son perros? Torrante se aguanta las ganas de darle su merecido y busca alguna altura donde refugiarse. Seguramente Toby lo desafía: baja, cobarde
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