martes, julio 05, 2005

La Ventana

Dos hombres, seriamente enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse en su cama por una hora cada tarde para ayudar a drenar los fluidos de sus pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana del cuarto. El otro hombre debía permanecer todo el tiempo en su cama tendido sobre su espalda. Ambos conversaban por horas y horas. Hablaban acerca de sus esposas y familias, de sus hogares, sus trabajos, su servicio militar, de sus vacaciones.
El enfermo que podía sentarse y mirar por la ventana relataba a su compañero de cuarto cuanto el podía ver desde allí y el enfermo de la otra cama vivía y sentía, en esos pequeños espacios de una hora, como si su mundo se agrandara y reviviera la actividad y el olor del mundo exterior. Se divisaba desde la ventana un hermoso lago, cisnes, personas nadando y niños jugando con sus pequeños barcos de papel. Jóvenes enamorados caminaban abrazados entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes y viejos árboles adornaban el paisaje y se veía como la ciudad se extendía al horizonte. Como el hombre de la ventana describía con exquisitez de detalles el hombre de la otra cama podía cerrar sus ojos e imaginar tan pintorescas escenas.
Una cálida tarde de verano el hombre de la ventana le describió un desfile que pasaba por ahí. A pesar de que el otro hombre no podía escuchar a la banda podía ver todo en su mente pues el de la ventana le representaba todo con palabras muy descriptivas.
Una mañana la enfermera llegó a la habitación con agua para el baño de cada uno y descubrió el cuerpo sin vida del enfermo de la ventana, había muerto tranquilamente en la noche mientras dormía. Ella se entristeció mucho y llamó a los dependientes del hospital para iniciar los procedimientos necesarios.
Tan pronto como creyó conveniente el otro enfermo preguntó si podía ser trasladado cerca de la ventana y la enfermera, feliz, realizó el cambio asegurándose de dejarlo confortable.
Lenta y dolorosamente el hombre se incorporó apoyado en uno de sus codos para tener su primera visión del mundo exterior. Finalmente iba a tener la dicha de verlo por si mismo. Se estiró para lentamente girar su cabeza y mirar por la ventana. Vio una pared blanca. Preguntó a la enfermera que pudo haber obligado a su compañero de cuarto a describir tantas cosas maravillosas. La enfermera le contestó que era ciego y no podía ver la pared. “Quizás solamente quería darle ánimo .
Hay una tremenda felicidad en hacer a otros felices, a pesar de nuestros propios problemas. Compartir las penas es dividir el sufrimiento, compartir la felicidad es duplicarla. Si quieres sentirte afortunado simplemente cuenta todas las cosas que tienes y que el dinero no puede comprar. “Hoy es regalo y por ello se llama EL PRESENTE.”