Excursión a El Palomar
Participación óptima. “Los Años Dorados” en masa. Lamentamos la ausencia de Juanito Arévalo y su esposa María Bustamante y que los socios nuevos tales como José Peña y su esposa no iniciarán su participación en estos encuentros.
En este paseo la Caja de Compensación Los Andes contribuyó con tres “P”. Programó, propuso y propició.
Como es de mal gusto hablar de dinero no vamos a mencionar que movilización, almuerzo y onces costaron $6500.
El Palomar está situado en las cercanías de San Felipe, quinta región. Un bus de turismo, cómodo y seguro nos llevó desde Rancagua con salida fijada para las ocho de la mañana y, cosa insólita, salimos a las 8 de la mañana.
Una parada obligada, tradicional y chilena en el santuario de Santa Teresita de los Andes, con el debido y espontáneo recogimiento de socias y socios de “Los Años Dorados”
Un nuevo alto cerca del lugar de destino, donde expendían frutas de la región a precios convenientes; observamos que la mayor compra fue la de ¡pan amasado!
Otros pocos kilómetros más adelante una visita a la viña Sánchez de Loria donde un presentador nos hizo mirar el vino al trasluz, olerlo y hacerlo girar dentro de la copa, “emborrachar al vino antes de beberlo” acotó alguien. Luego el amable anfitrión nos llevó a la viña misma que declaró como “tradicional” advirtiéndonos que no cayéramos en la habitual confusión con “artesanal”. (Probablemente esta advertencia es para informar que ellos no realizan el proceso de molienda de los racimos con los pies). Ciertamente la viña es tal como las que conocimos en tiempos pasados, diferentes a los parronales modernos. Nos informó del importante papel que desempeñan las rosas como tempranas detectoras de plagas lo que permite al viñatero actuar preventivamente. Nos invitó a la bodega donde al cerrar el portón quedamos en la penumbra y habló sobre la importancia en la ausencia de luz y de la mantención de la temperatura que sentíamos para la correcta maduración de los jugos en las vasijas de miles de litros, fabricadas en roble americano. Finalmente supimos de la presencia de murciélagos, voraces comedores de mosquitos cuya presencia y búsqueda de sustento en la uva en proceso de elaboración causa un daño muy importante en la calidad final de los vinos. A continuación nos invitó a “emborrachar” una copa de un agradabilísimo tinto añejo y nos llevó a la sala de ventas donde observamos preferencias por adquirir el añejo recién conocido y por un blanco “Late Harvest” Con un agradable sabor en la boca y en el ánimo seguimos viaje al ahora cercano El Palomar.
La primera impresión de quien narra fue de “demasiado”, demasiados prados y riegos, demasiados árboles bellos y desconocidos, demasiadas plantas con tantas y tantas flores con profusión de colores y formas. Compendio de la descripción: real belleza.
El almuerzo. Cocina y servicio de categoría.
Bubo, colaboradora y motor de “Chocherías”, me exige una descripción del almuerzo y no vale mi resistencia a consignarlo ya que por haberlo comido lo sabemos.
Insiste “Lo comido se olvida muy fácilmente, vamos anotándolo, es recuerdo grato”
Una taza de crema de garbanzos con cubitos de pan frito.
Dos trozos de carne blanda y sabrosa con papas y una riquísima crema que no se describir, acompañado todo con verduras crudas y cocidas y de postre un pocillo con babarois ¿así se escribe? Vino, bebidas, pan amasado y mantequilla.
¿Se puede exigir más?
Después María Cabezas y una acompañante, el matrimonio Ibarra Ramírez y una señora que no identificamos fueron a disfrutar de las delicias de la piscina temperada y el grueso del grupo encabezado por Arturo Jalil, cicerone a quien la Caja encomendó guiar a nuestro grupo y lo hizo tan eficazmente y sin hacerse notar que hasta este momento no había tenido oportunidad de citarlo.
El grueso del grupo, decía, emprendió caminata al mirador y luego se fraccionó, unos pocos, continuaron según lo planificado y muchos más ingresaron al vivero que exhibía notable abundancia en cantidad y variedad de arbolitos, arbustos y plantas.
Al salir del vivero la fina llovizna que había estado cayendo se había convertido en lluvia discreta pero que hacía inconveniente continuar camino al mirador y preferible volver y buscar cobijo bajo techo.
Quienes continuaron su camino al mirador refirieron una belleza más: el mirador es una edificación cerrada y techada, con asientos y ventanas que permiten dominar visualmente cerros y el valle de San Felipe y, por supuesto conocer en panorámica la belleza de El Palomar.
Quienes volvimos desde el vivero buscando protección de la lluvia encontramos refugio en una sala vecina a los comedores, durante un rato se conversó y en un momento en que ésta decayó algunos salieron a explorar, descubrieron una sala de juegos al lado de la de conferencias y prontamente todo el grupo invadía el recinto y se iniciaron partidas de cartas de cartulina y de baquelita. Una mesa de pool permitió que se iniciara una competencia de octogenarios, José Miguel de 86 años versus José Horacio de 82. Los cuatro años de diferencia pesaron mucho en el desempeño de los contendientes y se impuso por amplísima diferencia José Miguel en la primera mesa. En la segunda mesa el puntaje iba estrechamente favorable a José Horacio cuando citaron a tomar onces. Suspensión del encuentro por gastronómica fuerza mayor
Usted leyó el comentario del almuerzo. Ídem para las onces.
Bubo nuevamente exige descripción y aquí la lista es más larga: Desde luego té o café con o sin leche, a elección, pan amasado recién salido del horno, mantequilla y mermeladas en paquetitos individuales, una gran copa de jugo de naranjas, trozos de queque, jamón y una tartaleta fantástica.
Nos faltó conocer el hotel y las cabañas para tener un conocimiento más acabado de “El Palomar” Y solamente unos pocos llegaron al mirador.
Y como intentamos consignarlo todo ponemos una mala nota a Jalil como meteorólogo. Anunció sol radiante para”El Palomar” “Porque goza de un microclima excepcional comprado a plazos por la Caja de Compensación” No acertó y algo nos humedeció la lluvia.
El regreso fue absolutamente normal y a las nueve y media de la noche cada uno estaba metiendo llave en la cerradura de la puerta de su casa. Gracias Caja de Compensación Los Andes, gracias Arturo Jalil, gracias conductor del bus. Y gracias a todos quienes nos atendieron, nos hablaron o nos escucharon. Muchas gracias.
En este paseo la Caja de Compensación Los Andes contribuyó con tres “P”. Programó, propuso y propició.
Como es de mal gusto hablar de dinero no vamos a mencionar que movilización, almuerzo y onces costaron $6500.
El Palomar está situado en las cercanías de San Felipe, quinta región. Un bus de turismo, cómodo y seguro nos llevó desde Rancagua con salida fijada para las ocho de la mañana y, cosa insólita, salimos a las 8 de la mañana.
Una parada obligada, tradicional y chilena en el santuario de Santa Teresita de los Andes, con el debido y espontáneo recogimiento de socias y socios de “Los Años Dorados”
Un nuevo alto cerca del lugar de destino, donde expendían frutas de la región a precios convenientes; observamos que la mayor compra fue la de ¡pan amasado!
Otros pocos kilómetros más adelante una visita a la viña Sánchez de Loria donde un presentador nos hizo mirar el vino al trasluz, olerlo y hacerlo girar dentro de la copa, “emborrachar al vino antes de beberlo” acotó alguien. Luego el amable anfitrión nos llevó a la viña misma que declaró como “tradicional” advirtiéndonos que no cayéramos en la habitual confusión con “artesanal”. (Probablemente esta advertencia es para informar que ellos no realizan el proceso de molienda de los racimos con los pies). Ciertamente la viña es tal como las que conocimos en tiempos pasados, diferentes a los parronales modernos. Nos informó del importante papel que desempeñan las rosas como tempranas detectoras de plagas lo que permite al viñatero actuar preventivamente. Nos invitó a la bodega donde al cerrar el portón quedamos en la penumbra y habló sobre la importancia en la ausencia de luz y de la mantención de la temperatura que sentíamos para la correcta maduración de los jugos en las vasijas de miles de litros, fabricadas en roble americano. Finalmente supimos de la presencia de murciélagos, voraces comedores de mosquitos cuya presencia y búsqueda de sustento en la uva en proceso de elaboración causa un daño muy importante en la calidad final de los vinos. A continuación nos invitó a “emborrachar” una copa de un agradabilísimo tinto añejo y nos llevó a la sala de ventas donde observamos preferencias por adquirir el añejo recién conocido y por un blanco “Late Harvest” Con un agradable sabor en la boca y en el ánimo seguimos viaje al ahora cercano El Palomar.
La primera impresión de quien narra fue de “demasiado”, demasiados prados y riegos, demasiados árboles bellos y desconocidos, demasiadas plantas con tantas y tantas flores con profusión de colores y formas. Compendio de la descripción: real belleza.
El almuerzo. Cocina y servicio de categoría.
Bubo, colaboradora y motor de “Chocherías”, me exige una descripción del almuerzo y no vale mi resistencia a consignarlo ya que por haberlo comido lo sabemos.
Insiste “Lo comido se olvida muy fácilmente, vamos anotándolo, es recuerdo grato”
Una taza de crema de garbanzos con cubitos de pan frito.
Dos trozos de carne blanda y sabrosa con papas y una riquísima crema que no se describir, acompañado todo con verduras crudas y cocidas y de postre un pocillo con babarois ¿así se escribe? Vino, bebidas, pan amasado y mantequilla.
¿Se puede exigir más?
Después María Cabezas y una acompañante, el matrimonio Ibarra Ramírez y una señora que no identificamos fueron a disfrutar de las delicias de la piscina temperada y el grueso del grupo encabezado por Arturo Jalil, cicerone a quien la Caja encomendó guiar a nuestro grupo y lo hizo tan eficazmente y sin hacerse notar que hasta este momento no había tenido oportunidad de citarlo.
El grueso del grupo, decía, emprendió caminata al mirador y luego se fraccionó, unos pocos, continuaron según lo planificado y muchos más ingresaron al vivero que exhibía notable abundancia en cantidad y variedad de arbolitos, arbustos y plantas.
Al salir del vivero la fina llovizna que había estado cayendo se había convertido en lluvia discreta pero que hacía inconveniente continuar camino al mirador y preferible volver y buscar cobijo bajo techo.
Quienes continuaron su camino al mirador refirieron una belleza más: el mirador es una edificación cerrada y techada, con asientos y ventanas que permiten dominar visualmente cerros y el valle de San Felipe y, por supuesto conocer en panorámica la belleza de El Palomar.
Quienes volvimos desde el vivero buscando protección de la lluvia encontramos refugio en una sala vecina a los comedores, durante un rato se conversó y en un momento en que ésta decayó algunos salieron a explorar, descubrieron una sala de juegos al lado de la de conferencias y prontamente todo el grupo invadía el recinto y se iniciaron partidas de cartas de cartulina y de baquelita. Una mesa de pool permitió que se iniciara una competencia de octogenarios, José Miguel de 86 años versus José Horacio de 82. Los cuatro años de diferencia pesaron mucho en el desempeño de los contendientes y se impuso por amplísima diferencia José Miguel en la primera mesa. En la segunda mesa el puntaje iba estrechamente favorable a José Horacio cuando citaron a tomar onces. Suspensión del encuentro por gastronómica fuerza mayor
Usted leyó el comentario del almuerzo. Ídem para las onces.
Bubo nuevamente exige descripción y aquí la lista es más larga: Desde luego té o café con o sin leche, a elección, pan amasado recién salido del horno, mantequilla y mermeladas en paquetitos individuales, una gran copa de jugo de naranjas, trozos de queque, jamón y una tartaleta fantástica.
Nos faltó conocer el hotel y las cabañas para tener un conocimiento más acabado de “El Palomar” Y solamente unos pocos llegaron al mirador.
Y como intentamos consignarlo todo ponemos una mala nota a Jalil como meteorólogo. Anunció sol radiante para”El Palomar” “Porque goza de un microclima excepcional comprado a plazos por la Caja de Compensación” No acertó y algo nos humedeció la lluvia.
El regreso fue absolutamente normal y a las nueve y media de la noche cada uno estaba metiendo llave en la cerradura de la puerta de su casa. Gracias Caja de Compensación Los Andes, gracias Arturo Jalil, gracias conductor del bus. Y gracias a todos quienes nos atendieron, nos hablaron o nos escucharon. Muchas gracias.
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