Cuando se convive con un total desconocido.
Al llegar a la edad madura y, tras la partida de los hijos, no es raro que marido y mujer tengan poco y nada que decirse. Qué hacer para evitar ese problema y como evitar llegar a él.
La casa de Ana María es como la de cualquier abuela. Cuadros con fotos de los nietos y portarretratos de escenas familiares son parte de la decoración. Nada hace vislumbrar la situación que ella experimenta desde hace más de cinco años: “Estoy viviendo con un extraño”.
Ese extraño es su marido. “Dormimos juntos pero en una cama enorme en la que no nos topamos. Apenas me levanto le dejo en la mesa todo lo que él pueda necesitar para alimentarse durante el día. No cruzamos palabra. Cada uno hace su vida” Pero no siempre fue así: “Ahora miro las fotos de lo que fuimos y no lo puedo creer”.
Esta historia es más común de lo que se piensa. Parejas que llegan a la madurez y se dan cuenta de que al terminar la crianza de los hijos… poco y nada tienen que decirse.
Asistente social jubilada, de 69 años, Ana María se casó, en segundas nupcias pasados los 40, justamente pensando en su vejez. “Entonces lo estaba pasando muy bien sola, pero pensé que ser una vieja sola… podría ser una lata”. Y aceptó la proposición de matrimonio de un marino, (hoy retirado) que la pretendía desde su juventud. Ella reconoce que tenían poco en común y que tampoco estaba muy enamorada, sin embargo, tuvieron buenos años juntos, sobre todo centrados en la crianza del hijo único. Pero ahora no queda ni eso.
Este caso reúne la mayoría de los elementos que caracterizan este tipo de situaciones. Según explica la siquiatra Susana González –especialista en tercera edad- , cuando una pareja no comienza con bases sólidas de amor y afinidad, es probable que en la edad madura, tras la partida de los hijos, la relación no prospere y, por el contrario, que empeore.
Pero puede ocurrir también, agrega la profesional, que una pareja que parte bien se concentre tanto en la crianza de los hijos que se olvide de tener espacios gratificantes para ser marido y mujer.
La casa de Ana María es como la de cualquier abuela. Cuadros con fotos de los nietos y portarretratos de escenas familiares son parte de la decoración. Nada hace vislumbrar la situación que ella experimenta desde hace más de cinco años: “Estoy viviendo con un extraño”.
Ese extraño es su marido. “Dormimos juntos pero en una cama enorme en la que no nos topamos. Apenas me levanto le dejo en la mesa todo lo que él pueda necesitar para alimentarse durante el día. No cruzamos palabra. Cada uno hace su vida” Pero no siempre fue así: “Ahora miro las fotos de lo que fuimos y no lo puedo creer”.
Esta historia es más común de lo que se piensa. Parejas que llegan a la madurez y se dan cuenta de que al terminar la crianza de los hijos… poco y nada tienen que decirse.
Asistente social jubilada, de 69 años, Ana María se casó, en segundas nupcias pasados los 40, justamente pensando en su vejez. “Entonces lo estaba pasando muy bien sola, pero pensé que ser una vieja sola… podría ser una lata”. Y aceptó la proposición de matrimonio de un marino, (hoy retirado) que la pretendía desde su juventud. Ella reconoce que tenían poco en común y que tampoco estaba muy enamorada, sin embargo, tuvieron buenos años juntos, sobre todo centrados en la crianza del hijo único. Pero ahora no queda ni eso.
Este caso reúne la mayoría de los elementos que caracterizan este tipo de situaciones. Según explica la siquiatra Susana González –especialista en tercera edad- , cuando una pareja no comienza con bases sólidas de amor y afinidad, es probable que en la edad madura, tras la partida de los hijos, la relación no prospere y, por el contrario, que empeore.
Pero puede ocurrir también, agrega la profesional, que una pareja que parte bien se concentre tanto en la crianza de los hijos que se olvide de tener espacios gratificantes para ser marido y mujer.
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