martes, junio 07, 2005

Una llegada inesperada.

El 18 de febrero del 2004, consigno la fecha porque en ese momento cambió mi vida, Evelyn me comunica telefónicamente que está solucionado el problema del perro, agrega que es un cachorro algo más joven que lo que desea pero “como crecen tan rápido”. Y me pregunta si estoy dispuesto a aceptarlo porque será traído de Santiago. Con algunas dudas por aquello de “cachorro algo más joven” acepto cayendo en una trampa del destino con Evelyn de intermediaria. Al día siguiente se concreta mi infortunio. Soy llamado a casa de Evelyn a buscar mi necesario perro guardián. Me lo entregan en una cajita de madera, mide 29 centímetros de la nariz a la cola, pesa 1007 gramos y busca con ganas y desconcierto por no encontrar la teta de su madre y el calorcito que tendría que estar proporcionándole. Pregunto: ¿tengo que darle mamaderas? y recibo una respuesta que, como diría un literato, me libera de un peso aterrador: come alimento; le ponen un pocillo con pelets [así los mentan y así lo escribo] y mi formidable perro guardián coge uno y produce un estruendo de crujidos con la molienda y toma otro y otro pelets.
Busco desesperadamente razones atendibles para rehusarlo y soy impotente ante la lluvia de argumentos. “es tan lindo”, “va a ser tan bravo” y los tan se multiplican y en el substrato del asunto está que acepté lo trajeran de Santiago. Y AQUÍ ESTÁ. En el camino ya se permitió un par de mordiscos a mis dedos y una vez en casa, en la cocina, como sugirió Evelyn, me demuestra inmediatamente su capacidad para salir y entrar del cajón, en mitad de su
demostración quedaba colgando de su guata con patas delanteras y traseras en el aire pero no era inconveniente para quedar dentro o fuera del cajón según fuera su férrea voluntad. Dejo cerca del cajón un pocillo con agua y otro con pelets para que proveyera sus necesidades nocturnas sin molestar mi sueño. Apago la luz, cierro la puerta de la cocina, voy a mi dormitorio, me desvisto y métome en cama, busco una posición cómoda y relajada, pido a mi ángel de la guarda que me libre de problemas y empieza el sueño a llevarme a otras regiones con la deseada promesa de descanso cuando un ruido mezcla de gemido, ladrido, rugido, berrido, aullido invadió la casa, la calle, el barrio y la ciudad. Toby reclamando la presencia de su madre o, a juego perdido, la mía. Corro a la cocina antes de ser acusado a la sociedad protectora de animales y Toby alborozado, cambia sus horrísonas manifestaciones de abandono y desprotección por un vigoroso y entusiasta intento de trepar por mis piernas. La ciudad queda en silencio. Lo acuesto en su cajón, lo acaricio y basta para que se duerma profundamente. Apago la luz, cierro la puerta de la cocina, vuelvo a mi cama contento por haber sido capaz de solucionar inconvenientes inesperados y nocturnos, duermo tranquilo, relajado, tal como corresponde y necesita un propietario novato de un cachorro también novato pero dotado de una capacidad asombrosa de manifestaciones sonoras y … no… ¡ahí está otra vez! Corro a la cocina y se repite toda la escena anterior. Para que los canso relatándoles cada episodio si fueron decenas, centenes, miles de veces durante la noche.
Estoy superado, sobrepasado, derrotado, vencido, incapacitado. ¡No puedo manejar este problema! ¡Toby gana! ¡Toby me ganó! Aquí estoy sentado en un piso al lado de un monstruo que duerme apaciblemente.