martes, abril 05, 2005

Tontín recibe un encargo.

Las llaves del agua, en otras latitudes llámanse canillas o grifos y estaría cumplido el encargo. ¿Me permiten algún comentario, cortito?
La orden materna “Deja bien cerrada la llave, que no quede goteando” era por razones de perfección: “las cosas bien hechas” y no por motivos económicos como ahora podríamos pensar. Las instalaciones del agua carecían de medidor y se cobraba una suma fija mensual, cualquiera fuera el consumo. Tontín cree recordar que el sistema se llamaba “aforo” y nos dice: “Como hablo de fines de la década del veinte y comienzos de la del treinta mis recuerdos pueden estar equivocados y por ello acepto correcciones y desmentidos. El “aforo” puede haber estado entre los tres y cuatro pesos mensuales y ese era el pago total, lo que en la cuenta moderna correspondería a Consumo Agua Potable; no había Cargo Fijo ni Servicio Alcantarillado, esto último era en cada hogar un pozo que no enviaba cobros.
Agrega Tontín: ”Por más que busco no encuentro explicación al ítem Tratamiento de Aguas Servidas Compro el agua para usarla y si por el uso la ensucié, era mía y necesité hacerlo, después pago porque se la lleven y adiós. Ahora me cobran, algo así como que me multan, por haber ensuciado un elemento que compré para ese fin. Una vez pagada esa limpieza ¿Qué hacen con ella? ¿La botan al río o vuelven a vendérmela? ¡Si hasta pagué para que la llevaran!
Tontín guarda silencio por unos instantes, claramente se percibe que está decidiendo si seguir con su protesta hídrico-económica o retomar el motivo propuesto: el lenguaje, suspira y continúa:
“La ducha era un deleite posible solamente en la temporada de calor, no había calefones ni termos eléctricos para uso doméstico. Cuando pequeñito mi madre me bañaba con agua calentada en un “tarro parafinero”; eran cuadrados de lata más gruesa que los envases de ese material que conocemos actualmente, su capacidad era de veinte litros. Ya más crecido hube de bañarme a mi mismo, bajo vigilancia e instrucciones “jabónate bien las axilas, jabónate bien las ingles y la tetera y ahora los pies” A mi me gustaba usar palabras aprendidas de los cabros de la otra esquina, los Barrazas y prohibidas estrictamente por mi madre, tales eran “sobacos, verijas y pichula” Ya crecido y adquirida alguna destreza en el manejo del diccionario supe que las dos primeras eran absolutamente legítimas y poseedoras de respetable antigüedad, su origen era el latín. Donde mandaba mi madre no mandaba el diccionario. La tercera era palabra ilegítima, chilenismo bastardo”.