martes, junio 05, 2007

La invitación.

Alfonsito, como todos lo llamaban, era un huasito joven, nada mal parecido pero muy ingenuo; él andaba enamorado de algunas niñas, pero nunca les decía, ni les demostraba sus sentimientos.
Don José, un vecino de él, tenía tres niñas en edad de casarse. Alfonsito estaba muy enamorado de la menor de las niñas, se llamaba Cristina le decían Tina.
El padre de Tina quería mucho al muchacho, porque era muy trabajador y no tenía vicios. Un día supo que Alfonsito pretendía a su hija menor, a la chiquilla también le agradaba el muchacho, se pusieron de acuerdo para invitarlo a un almuerzo en su casa.
Alfonsito no cabía en si de contento cuando recibió la invitación para el día domingo. Se levantó muy temprano, estaba tan nervioso que no podía seguir acostado, se puso su tenida de huaso, llegada la hora de partir ensilló su caballo, se despidió de su madre y se fue muy feliz a casa de don José, distante unos cuatro kilómetros.
Al llegar a la casa las niñas lo recibieron muy alegres, los padres lo saludaron con mucho cariño. Alfonsito se sintió muy a gusto en esa casa sobre todo después que le sirvieron un vaso de ponche, él tomaba despacito, las niñas lo animaban diciéndole ¡tómalo todito no más! Si hay mucho
El almuerzo está listo, todos a la mesa grito la señora. Alfonsito, para no desarmar su tenida sólo se quitó el sombrero, lo sentaron al lado de Tina, estaba un poco asustado pero las niñas le daban confianza y se sintió más tranquilo.
Comenzó el almuerzo con un brindis y luego una rica y abundante cazuela de cordero, Alfonsito se sirvió el caldo con todo cuidado, cuando llegó a la presa no sabía como usar el servicio. Tina se dio cuenta de su apuro y le dijo al oído con todo cariño ¡lindo! La presa tiene mucho hueso, tómala con la mano nomás, mi papá siempre lo hace, Alfonsito miró hacia donde estaba don José y vio que tenía la presa en la mano con toda naturalidad.
Él, con toda confianza, tomó la presa con la mano y empezó a comerla con calma, miró el hueso y vio que tenía una médula muy sabrosa y pensó: si introduzco mi dedo la médula saldrá, sin titubear metió el dedo en el orificio del hueso con tan mala suerte que no pudo sacarlo, tiraba y tiraba y nada, para que nadie se diera cuenta que le sucedía puso la mano bajo la mesa; como ésta estaba colocada bajo un parrón, los perros andaban bajo la mesa por si algo caía para engullirlo, cuando vieron el hueso en la mano del joven lo agarró uno de un tirón, con tan mala suerte que metieron al dueño de la mano debajo de la mesa. Alfonsito tiraba sin poder sacar la mano ahora dentro del hocico del perro.
Se armó la tremenda trifulca, llegaron los otros perros, ninguno sabía a que venía, uno le tiraba la manta, otro lo agarraba de las botas, otro de la faja. El hueso no salía de su mano y el perro tiraba y tiraba.
Todos se pararon y levantaron la mesa. El espectáculo que vieron era devastador. La señora le decía toda confundida: hijo suéltele la presa al perro, yo le doy otra, no pelee más por favor. Las niñas gritaban y lloraban. Don José trajo un balde de agua y lo lanzó al grupo de perros. Soltaron la presa.
Alfonsito todo magullado, con la ropa hecha jirones, revolcado y mojado levantó su mano hinchada y con el hueso en su dedo.
Don José con una pequeña sierra cortó el hueso y lo sacó. Alfonsito terminó su almuerzo en el hospital todo machucado, pero igual estaba contento porque Tina estaba con él acariciando su cabello, consolándolo y dándole ánimo, con esa sonrisa de ángel que ella tenía.
Autora: Cardelina de los Ángeles