Toby: La llegada de la Calambre
El carente de capilosidad en su testa me ha negado el acceso al computador y la Evelyn esa que después que labró mi desgracia trayéndome a esta cárcel nunca viene al patio a saludarme y expresar algunos inteligentes conceptos de conformidad por mi reclusión. Viene a ¿trabajar? en el boletín y se pasa acariciando a la monicicilísima felinus optimus.
Ya no soy el perrito que alguna vez se describió a si mismo, podría decirse que faltando a la modestia. Ahora tengo casi tres años, gran fortaleza para soportar este inexplicable encierro, a través de la reja veo tanto perro feliz, gozando en la calle de la debida libertad. Habría encontrado pololas, novias y parejas. Si algún lector se compadece de mi agobiante soledad y me trae una visita femenina la atenderé cumplidamente y la devolveré, como dijo Jorge Yañez "con brotes de mi siembra"
Voy al relato anunciado en el subtítulo. Suena el timbre de la puerta de calle, largo, insistente, el añoso calvo acude al llamado y…nadie. En voz alta no expresa disgusto, pero se adivina que malas palabras está tragándose. Mira al suelo y ahí está, algún vecino le hizo sonar el timbre para advertirle, unos poquísimos gramos de gato recién destetado o quizás, más bien aún debe chupar teta. En cada casa donde intentó entrar le arrojaron agua y llega a la nuestra portando el agua que debió corresponder a unos cinco gatitos de su tamaño El anciano necesitado de peluca se ablandó y el gatito mojado pero no tonto dijo "Esta es la mía" y gimió en una frecuencia de ondas tan finísima que el sordo pudo oírlas. Evelyn, nada de curiosa ella, no pudo aguantar más la copucha, deja el computador y acude a la puerta, se hace cargo de la situación, advierte que el esperpentito en piel de gatito se ganó la compasión del longevo sin cabellera y le dice escuetamente "Usted sabrá lo que hace, poh tata"
Lo que hizo el tata fue traerlo a nuestro patio para observar como reaccionaríamos. Desde luego yo le dije que llevaba años esperándolo y con mi lengua le saque de cara y cuerpo gran parte del agua que le habían arrojado. La ina no ve pero huele y para ella olor a gato y mordisco inmediato son indisolubles, tuve que interponerme y lavar la cara de la furibunda ina hasta que se calmó y entendió que el gatito sería la sempiterna excepción a la regla.
Evelyn buscó un nombre que describiera la esmirriada prestancia del gato y lo llamó "calambre" Un nuevo examen y ahora es "la calambre."
Ya no soy el perrito que alguna vez se describió a si mismo, podría decirse que faltando a la modestia. Ahora tengo casi tres años, gran fortaleza para soportar este inexplicable encierro, a través de la reja veo tanto perro feliz, gozando en la calle de la debida libertad. Habría encontrado pololas, novias y parejas. Si algún lector se compadece de mi agobiante soledad y me trae una visita femenina la atenderé cumplidamente y la devolveré, como dijo Jorge Yañez "con brotes de mi siembra"
Voy al relato anunciado en el subtítulo. Suena el timbre de la puerta de calle, largo, insistente, el añoso calvo acude al llamado y…nadie. En voz alta no expresa disgusto, pero se adivina que malas palabras está tragándose. Mira al suelo y ahí está, algún vecino le hizo sonar el timbre para advertirle, unos poquísimos gramos de gato recién destetado o quizás, más bien aún debe chupar teta. En cada casa donde intentó entrar le arrojaron agua y llega a la nuestra portando el agua que debió corresponder a unos cinco gatitos de su tamaño El anciano necesitado de peluca se ablandó y el gatito mojado pero no tonto dijo "Esta es la mía" y gimió en una frecuencia de ondas tan finísima que el sordo pudo oírlas. Evelyn, nada de curiosa ella, no pudo aguantar más la copucha, deja el computador y acude a la puerta, se hace cargo de la situación, advierte que el esperpentito en piel de gatito se ganó la compasión del longevo sin cabellera y le dice escuetamente "Usted sabrá lo que hace, poh tata"
Lo que hizo el tata fue traerlo a nuestro patio para observar como reaccionaríamos. Desde luego yo le dije que llevaba años esperándolo y con mi lengua le saque de cara y cuerpo gran parte del agua que le habían arrojado. La ina no ve pero huele y para ella olor a gato y mordisco inmediato son indisolubles, tuve que interponerme y lavar la cara de la furibunda ina hasta que se calmó y entendió que el gatito sería la sempiterna excepción a la regla.
Evelyn buscó un nombre que describiera la esmirriada prestancia del gato y lo llamó "calambre" Un nuevo examen y ahora es "la calambre."
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