martes, agosto 01, 2006

Soy yo...

Mi hija Sara y yo éramos muy buenas amigas. Ella estudiaba en un internado que no estaba muy lejos, lo que nos permitía vernos muy a menudo. Entre visitas, nos escribíamos o hablábamos por teléfono.
Cuando me llamaba, siempre decía: "Hola, mami, soy yo", y yo le respondía: "Hola, Yo ¿cómo estas?". A menudo firmaba sus cartas simplemente: "Yo". A veces la llamaba "Yo" para bromear.
Mi pobre Sara murió súbitamente, sin advertencia alguna, de una hemorragia cerebral. No hace falta decir que quede devastada. No puede haber dolor más terrible para una madre que perder a un hijo querido. Necesité de toda mi fe para seguir adelante.
Decidimos donar sus órganos a fin de que algo bueno surgiera de una situación trágica. En su momento, me enteré por el Grupo de Recuperación de Órganos adonde habían ido todos sus órganos. No se mencionó nombre, por cierto.
Mas o menos un año después, recibí una hermosa carta del joven que recibió su páncreas y sus riñones. ¡Cómo le había cambiado la vida! ¡Oh Dios mío! Y como no podía usar su verdadero nombre, adivinen como firmó su carta: "Yo".