martes, febrero 01, 2005

Vecino destacado. Pedro Reyes Jara.

¿Lo conoce? ¿Lo ubica? El hombre, tercera edad, que usando un uniforme color naranja barre diariamente las calles de San Pedro. Chocherías reparó en él. Vivimos tan inmersos en nuestros pensamientos y asuntos que la vista puede pasar por sobre un persona durante años sin verla, tal como si fuera un objeto. No tome esto como un reproche, es sólo un comentario de una realidad y posible tema de conversación.
Pedro Reyes, 63 años, viudo de Adela, sin hijos. Trabajó como auxiliar de escuelas municipalizadas durante veinte años. Se retiró voluntariamente tentado por un sueldo un poco mejor y seguridad en el cumplimiento del horario de trabajo. En las escuelas los horarios sufren alteraciones por consejos y reuniones que se alaaaaargan.
Fue contratado como rondín para las oficinas de Cóinca y al tercer mes concluyó en que no podía soportar más la inactividad de su trabajo, nada que hacer con las manos durante ocho horas era insoportable. Presentó su problema al jefe quien le propuso pasar a ser un barrecalles y en eso lo tenemos. Contento de trabajar y mantener limpias las calles de San Pedro y villa Sagasca
Le pedimos nos cuente algún hecho importante de su vida. Medita, pesa y contrapesa. Se decide: Hubo una época en que me aficioné a las fiestas y reuniones con amigos, en mesas provistas de vino y cerveza. Reuniones agradables, largamente conversadas. Son tantos los temas que aparecen cuando el alcohol suelta las lenguas. A más conversación más botellas pedidas. Una primera embriaguez y luego otras; iba en camino de convertirme en bebedor excesivo, estado previo al alcoholismo. Hubo una ocasión en que asistí a un encuentro de amigos montado en mi bicicleta y al otro día desperté en mi casa con las consiguientes molestias post borrachera y sin bicicleta. Fui al lugar donde comenzó nuestra ronda de vino conversado, salí de ahí, dijeron, con mi bicicleta en mano. Visité los otros lugares donde habría podido seguir nuestra importante charla, en algunas partes reconocieron que había estado, sin bicicleta, y en otras no me habían visto. Lo que fue común en todos los rostros consultados fue una sonrisita de burla y desprecio. Fue en 1982. Desde entonces no he probado nunca más una gota de alcohol. En oportunidades en el trabajo al aguinaldo de pascua añaden un pan y una botella de licor; ésta la regalo a algún amigo del que me consta no es alcohólico.
Don Pedro, gracias por relatarnos su ejemplificador episodio y le deseamos siga teniendo la resistencia física y anímica para soportar los calores agobiantes, las tormentas de agua y viento, los fríos paralizantes y el desconocimiento humano.