El no Bautizo
Joaquín y Eufrasia formaban un matrimonio campesino como muchos, muy unidos, amaban mucho a sus hijos y nietos. Joaquín trabajaba en el campo labrando la tierra, tenía buenos patrones, le pagaban bien, le alcanzaba para mantener en buenas condiciones a su familia que se componía de su esposa, dos hijos varones y dos niñas.
La hija menor contaba con 18 años, era la regalona de sus padres, su hermana mayor se había casado y vivía en la misma casa con sus padres, no habían tenido hijos, pero sus hermanos varones también se habían casado y habían tenido varios hijos; los abuelos los regaloneaban cuando venían de visita, los hijos casados vivían en la ciudad.
Todo marchaba muy bien hasta que un día les dijo la regalona que estaba enamorada, el padre puso el grito en el cielo, su madre por lo consiguiente. Le dijeron que tenía que traer a su enamorado para conocerlo, el muchacho desde hacía bastante tiempo pololeaba con Violeta, que así se llamaba la niña. Su nombre era Lizardo, era hijo del carnicero del pueblo, trabajaba con su padre en el negocio, aceptó de inmediato ir a conversar con sus padres.
El joven vino con los suyos para sellar el compromiso y pedir la mano de Violeta en matrimonio.
Los padres de ambos jóvenes aceptaron el compromiso encantados. Lizardo era un muchacho muy buen mozo y trabajador.
A los seis meses se casaron con una fiesta como pocas por ese lugar. Violeta al año de casada tuvo su primer hijo, todos estaban contentos con la llegada del bebé. Fue varoncito. Violeta y Lizardo vivían en la casa de sus padres, pero estaban construyendo una casita en la ciudad, pronto estaría terminada y se irían a vivir solitos. Los padres de ambos jóvenes estaban tan felices con la llegada del nuevo miembro de la familia, sobre todo los de Lizardo porque era su primer nieto. Su nombre sería Lizardo Antonio como su abuelo y su padre. Ambas familias acordaron hacerle un gran bautizo. Los padres de Violeta vivían bastante alejados de la ciudad, sólo había un bus que pasaba de madrugada, en ese viajaba Lizardo a su trabajo, regresando en la tarde cuando volvía el bus.
En realidad no era una gran ciudad, sólo un pueblo pequeño; todos los años venía un sacerdote de la capital a celebrar bautizos y matrimonios. Este año bautizarían al hijo de Violeta, se pusieron de acuerdo los padres de ambos jóvenes para celebrar el bautizo cuando el curita lo indicara.
Llegó la fecha tan esperada, el niño tenía casi un año de vida, acordaron que Violeta iría al pueblo con Lizardo de mañana para inscribir al niño y hacer algunas compras. El niño quedaría con los padres de Violeta que lo llevarían más tarde a la hora del bautizo.
Violeta se fue tranquila, el niño quedaba en buenas manos, madrugaron para dejar todo listo para la vuelta.
Lizardo había traído la carne el día anterior, doña Eufrasia mató varias gallinas, el patrón de Joaquín le regaló un barril del mejor vino de su bodega, que no se note pobreza decía Eufrasia. Harta comida, harto vino, que nadie se queje que lo pasó mal, decía mientras probaba lo ponches que estaba macerando. Prepararon, para los que estaban trabajando, un cántaro de vino con harina tostada y todos bebían pigüelo mientras preparaban las cosas para la celebración. A las dos de la tarde llegaron los carretones que llevarían a la gente al pueblo, llegaron los padrinos, amigos y todos los invitados, empezaron a brindar por el niño, hombres y mujeres por igual. Doña Eufrasia eufórica por los tragos gritaba: “Apúrense, apúrense que vamos a llegar atrasados” Todos subieron a los carretones y no olvidaron llevar un chuico para el camino y para brindar de vuelta. Llegaron a la iglesia justo cuando empezaban los bautizos. Lizardo y Violeta estaban al pie del altar, esperando que el curita llamara al niño. El curita llegó y empezó a llamar a los niños que se iban a bautizar. Lizardo Antonio llamó el sacerdote, todos se miraron. Eufrasia, medio mareada todavía preguntó ¿Quién trajo al niño? Parece que lo trajo la comadre, dijo alguien. Yo no lo traje. Mi cuñado parece que lo trajo. Tampoco lo traía. Con los ponches y el pigüelo se les había olvidado el niño. Violeta lloraba, Lizardo estaba furioso, el curita se había dado cuenta del olvido y se lo dijo con toda calma a Lizardo, para el otro año será, hijo mío, vaya con Dios.
Lizardo salió de la iglesia con su esposa, consiguió con un amigo que le prestara su vehículo, fueron a casa de los padres de Violeta y trajeron al niño y sus pocas pertenencias que tenían. Ya entrada la noche llegó a casa de sus padres, se quedarían con ellos hasta terminar la suya.
Al año siguiente bautizaron al niño sin fiesta, sólo con una cena, con los padres de Lizardo y algunos amigos de la familia. Violeta nunca perdonó a sus padres por lo que le habían hecho.Este relato verídico muestra los estragos que puede producir el alcohol cuando se consume de manera desmedida.
La hija menor contaba con 18 años, era la regalona de sus padres, su hermana mayor se había casado y vivía en la misma casa con sus padres, no habían tenido hijos, pero sus hermanos varones también se habían casado y habían tenido varios hijos; los abuelos los regaloneaban cuando venían de visita, los hijos casados vivían en la ciudad.
Todo marchaba muy bien hasta que un día les dijo la regalona que estaba enamorada, el padre puso el grito en el cielo, su madre por lo consiguiente. Le dijeron que tenía que traer a su enamorado para conocerlo, el muchacho desde hacía bastante tiempo pololeaba con Violeta, que así se llamaba la niña. Su nombre era Lizardo, era hijo del carnicero del pueblo, trabajaba con su padre en el negocio, aceptó de inmediato ir a conversar con sus padres.
El joven vino con los suyos para sellar el compromiso y pedir la mano de Violeta en matrimonio.
Los padres de ambos jóvenes aceptaron el compromiso encantados. Lizardo era un muchacho muy buen mozo y trabajador.
A los seis meses se casaron con una fiesta como pocas por ese lugar. Violeta al año de casada tuvo su primer hijo, todos estaban contentos con la llegada del bebé. Fue varoncito. Violeta y Lizardo vivían en la casa de sus padres, pero estaban construyendo una casita en la ciudad, pronto estaría terminada y se irían a vivir solitos. Los padres de ambos jóvenes estaban tan felices con la llegada del nuevo miembro de la familia, sobre todo los de Lizardo porque era su primer nieto. Su nombre sería Lizardo Antonio como su abuelo y su padre. Ambas familias acordaron hacerle un gran bautizo. Los padres de Violeta vivían bastante alejados de la ciudad, sólo había un bus que pasaba de madrugada, en ese viajaba Lizardo a su trabajo, regresando en la tarde cuando volvía el bus.
En realidad no era una gran ciudad, sólo un pueblo pequeño; todos los años venía un sacerdote de la capital a celebrar bautizos y matrimonios. Este año bautizarían al hijo de Violeta, se pusieron de acuerdo los padres de ambos jóvenes para celebrar el bautizo cuando el curita lo indicara.
Llegó la fecha tan esperada, el niño tenía casi un año de vida, acordaron que Violeta iría al pueblo con Lizardo de mañana para inscribir al niño y hacer algunas compras. El niño quedaría con los padres de Violeta que lo llevarían más tarde a la hora del bautizo.
Violeta se fue tranquila, el niño quedaba en buenas manos, madrugaron para dejar todo listo para la vuelta.
Lizardo había traído la carne el día anterior, doña Eufrasia mató varias gallinas, el patrón de Joaquín le regaló un barril del mejor vino de su bodega, que no se note pobreza decía Eufrasia. Harta comida, harto vino, que nadie se queje que lo pasó mal, decía mientras probaba lo ponches que estaba macerando. Prepararon, para los que estaban trabajando, un cántaro de vino con harina tostada y todos bebían pigüelo mientras preparaban las cosas para la celebración. A las dos de la tarde llegaron los carretones que llevarían a la gente al pueblo, llegaron los padrinos, amigos y todos los invitados, empezaron a brindar por el niño, hombres y mujeres por igual. Doña Eufrasia eufórica por los tragos gritaba: “Apúrense, apúrense que vamos a llegar atrasados” Todos subieron a los carretones y no olvidaron llevar un chuico para el camino y para brindar de vuelta. Llegaron a la iglesia justo cuando empezaban los bautizos. Lizardo y Violeta estaban al pie del altar, esperando que el curita llamara al niño. El curita llegó y empezó a llamar a los niños que se iban a bautizar. Lizardo Antonio llamó el sacerdote, todos se miraron. Eufrasia, medio mareada todavía preguntó ¿Quién trajo al niño? Parece que lo trajo la comadre, dijo alguien. Yo no lo traje. Mi cuñado parece que lo trajo. Tampoco lo traía. Con los ponches y el pigüelo se les había olvidado el niño. Violeta lloraba, Lizardo estaba furioso, el curita se había dado cuenta del olvido y se lo dijo con toda calma a Lizardo, para el otro año será, hijo mío, vaya con Dios.
Lizardo salió de la iglesia con su esposa, consiguió con un amigo que le prestara su vehículo, fueron a casa de los padres de Violeta y trajeron al niño y sus pocas pertenencias que tenían. Ya entrada la noche llegó a casa de sus padres, se quedarían con ellos hasta terminar la suya.
Al año siguiente bautizaron al niño sin fiesta, sólo con una cena, con los padres de Lizardo y algunos amigos de la familia. Violeta nunca perdonó a sus padres por lo que le habían hecho.Este relato verídico muestra los estragos que puede producir el alcohol cuando se consume de manera desmedida.
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